martes, 1 de julio de 2008

El juego de Montesinos

Dentro de la difícil situación en la que está Montesinos, con una condena para la que no le alcanzaría la vida, él podría estar apostando a jugar todas sus cartas -que son muy pocas- para quedar bien con el fujimorismo de modo que si un día Keiko llega a ser presidenta, no solo indulte al padre sino también al socio.

A dicha apuesta Montesinos sumó en su presentación otros elementos de índole personal, comprensibles en quien pasó abruptamente de sentirse el dueño del Perú -con políticos, militares, empresarios, jueces, periodistas y el propio presidente a sus pies-, a ser alguien cuyo escenario futuro más probable es pudrirse en la cárcel con el desprecio general del país.

Siete años después de su súbito cambio de planes, preso en la celda de la Base Naval que él construyó para Abimael Guzmán, quien acabó siendo su vecino, y teniendo como única interlocutora a Estela Valdivia, es entendible que Montesinos esté bastante tronado, delirante y ansioso de reconocimiento.

Eso fue lo que Montesinos pretendió en el juicio, luciéndose bacancito, verborrágico, con un repertorio de referencias históricas y risibles cuentos de espías, pero sobre todo mostrándose altanero y prepotente, es decir, tal como ejerció el inmenso poder que tuvo y que ahora extraña. A nadie convenció, salvo a él mismo y quizá al acusado, a quien dirigió su mirada y ciertas sonrisas en busca de aprobación o reconocimiento. Y el asesor quizá también logró que Fujimori viviera ayer, por un momento, el sueño de que nada había cambiado en el Perú.

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